La novela maldita de Celine
A finales de los años cuarenta del siglo pasado, el escritor francés Louis Ferdinand Céline viajó a Estados Unidos en busca de su amante, Elizabeth Craig. Desilusionado por encontrar a la mujer en un ambiente de drogas y bajos fondos, el autor escribe la novela Gangster Holliday, la cual, hasta el momento, está perdida, después de que París fue liberado de las tropas nazis y el apartamento de Céline saqueado
Pocas dedicatorias en la vasta biblioteca de la literatura universal guardan una historia tan tórrida como la de la novela Viaje al fin de la noche del escritor francés Louis-Ferdinand Céline. El legajo original, escrito “por las tardes”, en el crepúsculo de los años veinte, fue promovido por su autor en varias firmas editoriales hasta que finalmente cayó en manos de Robert Denoël, quien lo recibió en forma de un paquete grueso sin nombre ni dirección.
Pese a las anteriores inconveniencias, Denoël localizó al autor, a quien citó en su oficina. El día acordado para la reunión llegó a la oficina del editor “un tipo alto de rostro obstinado, de jeta desdeñosa”. Era Louis-Ferdinand Céline. El contrato por Viaje al fin de la noche se firmó aquel mismo día.
Los problemas para la compañía que encabezaba Denoël surgieron apenas iniciado el proceso editorial. Por ejemplo, los correctores de estilo se empecinaban en que la obra respetara la puntuación “normal”, a lo que Céline se opuso terminantemente. Asimismo, Denoël, aunque era un empresario arriesgado, quiso suprimir del libro en formación varios vocablos “obscenos”, temiendo una respuesta negativa por parte de críticos y público. Después de un estira y afloja más prolongado de lo normal, Viaje al fin de la noche apareció en los estantes de las librerías el 10 de octubre de 1932.
La respuesta de los críticos no tardó mucho en llegar y se polarizó como nunca antes en Francia mediante artículos desbordantes de entusiasmo o de franca indignación. La controversia contribuyó para que el libro de Céline fuera apoyado por dos miembros prominentes del jurado del premio Goncourt: Leon Daudet y Lucien Descaves. Sin embargo, la obra ganadora del Goncourt en su edición 1932 fue Les Loups de Guy Mazeline, misma que el tiempo se encargó de colocar en su dimensión justa y de la que muy pocos guardan memoria. La decisión del jurado causó un escándalo mayúsculo que la prensa se encargó de atizar puntualmente, situación que se tradujo en un éxito inmediato para el autor de Viaje al fin de la noche.
¿De qué está hecha Viaje al fin de la noche? ¿Por qué provocó tanto revuelo, en favor y en contra, entre críticos influyentes y lectores prominentes? Para quien lo desee ver desde el punto de vista literario, el texto de Céline era diferente de lo que en aquel entonces solía denominarse novela, pues se apartaba no sólo de las convenciones a las que la mayoría de escritores se ajustaba de manera voluntaria y sumisa sino del lenguaje convenido tácitamente por los literatos respetables para narrar sus historias.
En lo que corresponde al aspecto no literario, Viaje al fin de la noche poseía un rostro ideológico oculto que fue desvelado en el transcurso de los años por pensadores de la importancia de Elie Faure, Paul Valéry, Leon Trotsky y Simone de Beauvoir, quienes no escatimaron elogios para la obra de Céline.
En materia de composición, Maurice Bardéche, en su libro Louis-Ferdinand Céline (Aguilar, 1990), apunta: “Seguimos los pasos de un viajero que cuenta lo que ha visto: la guerra, la colonización, Estados Unidos, el suburbio y luego los estragos del amor. No hay intriga, y tampoco es una novela picaresca. No hay amor, pero se juzga el amor. No hay personajes secundarios y, sin embargo, hay siluetas inolvidables. No hay acción, a pesar de lo cual uno no se aburre. El autor llama a todo esto novela. Es el cinismo del autor lo que retiene al lector, lo que aquel se ha atrevido a mirar y a decir. Nos hace recorrer un paisaje devastado. Esa devastación la componen nuestras ilusiones sobre la guerra, sobre la colonización, sobre Estados Unidos, sobre la pobreza y el amor: en suma, un temblor de tierra bajo el palacio de cartón de la civilización”.
Pero la obra devastadora de Céline no se limitaba a destruir los convencionalismos en torno a la composición y estructura de la novela, fue aún más lejos en su decisión de no respetar la lengua. Críticos y lectores se enfrentaron a un iconoclasta que, en su afán de destrucción, pateó lo que para él era el símbolo por antonomasia de la sumisión literaria: la sintaxis.
La dedicatoria
Viaje al fin de la noche fue dedicado a Elizabeth Craig, una mujer nacida en Los Ángeles en 1902 y que a los 24 años visitó Europa en compañía de sus padres. Fue en Ginebra donde Céline y Craig se conocieron, identificándose de inmediato, ya que Elizabeth tenía una vocación tan fuerte por la danza como Céline la tenía por la medicina. Pero no sólo fueron las rutinas del ballet lo que de Craig atrajo al futuro escritor: sus desviaciones sexuales eran para Céline un banquete del que éste no podía sustraerse.
Ya en París, Elizabeth Craig rentó un departamento en la rue Lepic, al que Céline asistía todas las noches a observar –y participar en ocasiones– los juegos que su amante organizaba con sus amiguitas, generalmente alumnas de ingreso reciente a las academias de danza. Cuando no tenían “amiguitas” a modo, Céline y Elizabeth asistían a los burdeles en los que tenían entrada libre gracias a su amigo Henri Mahé, un decorador de interiores cuyos servicios eran bastante solicitados en las casas de mala nota. Después de esas travesías agotadoras, al parecer el capital erótico de la pareja disminuyó notablemente. Las escenas amargas entre ambos se hicieron comunes y el deslizamiento de Elizabeth hacia el alcohol y las drogas llegó a las fronteras del exceso.
Pero aparte de las peculiares “noches de ballet” que organizaba la pareja, ese periodo es importante en la vida de Céline porque marca su inicio como escritor, los primeros pasos de un artista que, la verdad sea dicha, no impresionaron a nadie. L´Église y Progrés, comedias satíricas ambas, son de una factura menor y que por lo tanto sólo han recibido desdén por parte de la crítica especializada. Sin embargo, L´Église quizá merezca un examen más atento, ya que esta obra es un borrador de Viaje al fin de la noche, con todo lo que ello significa.
La filigrana literaria, el gusto por lo caricaturesco, el humor siniestro, la irrisión de la vida doméstica y las escenas humanas reducidas a un sentido de vaudeville como instrumento de profanación, hacen acto de confesión en L´Église, preconizando la magna obra que estaba por venir.
Asimismo, en esa obra considerada menor, Céline elabora un retrato literario de su amada Elizabeth Craig, situándola en un salón de burdel. La describe como una americana alta, esbelta, musculosa y cínica, a la que interesa exhibirse. “Si yo fuera hombre, lo que haría sería mirar”, dice, mientras se acaricia.
La narración es de una atracción narcótica, colocando al lector en su papel de mirón. La americana cínica excita a la escasa clientela, a la vez que se mofa de las debilidades masculinas, en un pasaje al más puro estilo celineano: “El día en que las mujeres aparezcan revestidas únicamente de músculos… y de música… cuantas menos frases… cuando los muslos blandos y rosas se consideren al fin desagradables... cuando los raquitismos, las atrofias y las corpulencias mal colocadas dejen de ser de una vez lo que son hoy día, finuras de las que la gente se envanece y que los estetas aprecian y pulen… ese día, caballero, ¿va a seguir el mundo viviendo de palabras? ¿Seguirá creyendo que la belleza es un don místico? ¿O que está hecha sencillamente de oro, descanso y sol?”
Pese a las cualidades literarias que ya se adivinaban en Céline, de Elizabeth Craig sólo recibió desprecio. En 1932, François Gibault, una amiga de Elizabeth, se reunió con ésta en Los Ángeles. Craig se quejaba de que Céline ahora era un “escritor por la tarde” y de que se había vuelto insoportable desde que había contraído la manía de escribir.
El manuscrito perdido
Tras el éxito de Viaje al fin de la noche, la vida literaria de Louis-Ferdinand Céline dio inicio en detrimento de su profesión de médico… y de Elizabeth Craig. Los viajes a las principales capitales europeas abundaron y las mujeres también. Primero fue Berlín, después en Breslau se reunió con Erika Irrgang, finalmente en Viena compartió juergas con los jóvenes discípulos judíos de Freud, así como con sus amigas concertistas; en fin, una vida alegre y encantadora que paulatinamente terminó por hacer a un lado a Craig.
El motivo de la ruptura entre Céline y Elizabth Craig no está del todo documentado, a pesar de que el escritor era un confidente pertinaz de su vida privada con su círculo de amigos. Lo que es un hecho es que la aspirante a bailarina se hallaba descontenta por no haber sido invitada a compartir el pastel de la fama de Céline. Asimismo, la muerte de la madre de Craig apresuró una decisión que ya estaba tomada de antemano: su regreso a Estados Unidos, que sucedió el 8 de junio de 1933.
Las ausencias de Elizabeth eran habituales para Céline, por lo que éste no dio demasiada importancia a la partida de su amante. Tuvo que transcurrir un año para que el escritor se diera cuenta de que su bailarina se había marchado de París, al parecer sin intenciones de regresar. El 12 de junio de 1934, Céline se embarcó con destino a Nueva York, de donde proseguiría su viaje a California.
Algo sucedió en California, un capítulo tan sórdido que Céline mantuvo casi en secreto, a no ser por fragmentos de cartas a sus amigos Robert Denoël y Henri Mahé que sobrevivieron aquella época infausta: “He pasado aquí unos días atroces, que nunca se podrán relatar”. “Un drama atroz, tan bajo, tan infecto, tan degradante”. “Para decirlo todo de una vez, Elizabeth anda entre gángsters”.
Una carta a Milton Hindus de 1947 arroja más luz acerca de las andanzas de Elizabeth Craig por los mundos subterráneos: “Ella vivía en una nube de alcohol, de tabaco, de policía y de bajo gangsterismo, con un tal Ben Tenkle, sin duda bien conocido de los servicios especiales, Carolina Island, etcétera”.
Aprovechando su estancia en Estados Unidos y sin ocultar el gusto que sentía por las mujeres americanas, sobre todo si éstas apenas estaban saliendo de la adolescencia, Céline se dio a la tarea de buscar quien llenara el vacío dejado por Elizabeth Craig. Más con una actitud de señor feudal que de escritor o médico, el artista primero aprestó sus baterías en dirección de Karem-Marie Jensen, estadounidense, atractiva, lo “suficientemente viciosa” (como Elizabeth) y, aparte de todo, bailarina. Para Céline, Karem era la candidata ideal; no para ésta, sin embargo, que conocía demasiado bien el temperamento del escritor, por lo que declinó el honor. La siguiente en la lista fue Irene Mac Bride, bailarina por supuesto, quien también rechazó al peculiar pretendiente. La última en unirse al coro de negativas fue Louise Nevelson, escultora.
El gusto de Céline por las mujeres jóvenes fue algo que el escritor nunca intentó esconder. En el puente de Londres, novela que estuvo perdida durante muchos años y que en realidad es la segunda parte de La banda del Gran Guiñol, escrita en 1944 y publicada 20 años más tarde, Céline manosea sin recato sus fantasías núbiles al referirse a Virginia, un personaje casi nabokoviano, al escribir: “¡Aguarda, Virginia!… ahora me doy cuenta… ¡No has perdido nada por aguardar!… ¡Puedes fumar, si quieres!… ¡Ah! ¡esta putilla meona!… ¡Ya verás qué azotaina!… ¡Pero qué tontería!… ¡La estoy avergonzando!… la lección… Qué cosa más atroz para una chiquilla… Me gustaría hacerla llorar pero qué bien… ¡Pero no llora en absoluto!… me escucha, levanta su naricilla, se baja la falda… ¡la estoy fastidiando!… Se le nota en la piel lo viciosa que es”.
Haciendo a un lado las preferencias sexuales de Céline, lo cierto es que su estancia en Estados Unidos dejó al escritor algunos frutos literarios. Visitó Hollywood para estudiar el terreno y ver qué posibilidades existían de que Viaje al fin de la noche se llevara al cine. Ningún productor se interesó en el proyecto, pero mientras tanto el médico francés se la pasó muy bien en casa de Jacques Deval, quien, sin desentonar con el glamour de la meca del cine, vivía rodeado de mujeres hermosas.
Sin embargo, según palabras de François Gibault, fue en Hollywood donde Céline albergó por vez primera su antisemitismo, alentado por el poder de los magnates judíos del cine, quienes sometían con su dinero no sólo al universo de actores y actrices sino también a escritores y guionistas.
Asimismo, al atestiguar la decadencia moral tanto de su amada Elizabeth Craig como de la fábrica de sueños asentada en California, Céline escribió una novela que tiene como particularidad no ser un reflejo de la vida del autor y que llevó por título Gangster Holliday. Tal novela existió, precedió a esa obra de arte llamada Muerte a crédito, Henri Mahé asegura que tuvo el manuscrito en sus manos.
Céline, en una más de sus extrañas cartas, fechada posiblemente en 1933, resumió de la manera siguiente la trama de Gangster Holliday: “Un modesto empleado de la contribución ve pasar mucho dinero. Está enamorado.. Le desprecian… Eso le disgusta… Va a las carreras… Pierde… Va al cine… Ve Chicago… Eso le da algunas ideas… Aguarda el momento de sus vacaciones. Gangster Holliday… lo llamaré así… Y ya le tenemos en la carretera. Ha alquilado un Rosengart por mil 500 francos al mes… Se pone a parar coches… Pero uno se pregunta qué es lo que quiere… Le ofrecen ayuda… Le remolcan hasta Trou-la-Ville… Pica repetidas veces en el Casino. Intenta dar un golpe al baccará… Pero tiene un aire demasiado honrado… Le niegan la entrada en la sala… Roba un helado de fresa… Está contento… Etc. Termina regresando a la honradez de la contribución. Su tío acaba de morir. Todo se arregla. Adquiere el Rosengart en 18 plazos”.
Nuevamente, si nos guiamos por la descripción anterior, estaremos de acuerdo en que para Céline es más importante la forma cómo se cuentan las historias que las historias mismas.
Después de que París fue liberado de las tropas nazis, el apartamento de Céline fue saqueado, desapareciendo con esta acción los manuscritos de obras inéditas de las que sólo existía un ejemplar. Al parecer fue el caso de Gangster Holliday. En 1960, un año antes de la muerte del escritor, Marie Canavaggia, que fue secretaria de Céline durante 30 años, descubrió, mientras limpiaba un armario, un legajo de hojas dactilografiadas. Lucette Destouches, la esposa de Céline, reconoció el tono y los personajes de La banda del Gran Guiñol.
Fue así como regresó del olvido lo que hoy podemos leer bajo el título El puente de Londres. Hasta el momento no ha sucedido algo similar con Gangster Holliday, un trabajo que, de encontrarse, contribuiría a llenar cabalmente un vacío que se abre entre el Céline de Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito.
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