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La hora del lobo - Ingmar Bergman

La hora del lobo   -    Ingmar Bergman

Vargtimmen (La hora del lobo)

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Ficha técnica
  • Director Ingmar Bergman
  • Título original Vargtimmen
  • Guión Ingmar Bergman
  • Productor Lars-Owe Carlberg
  • Fotografía Sven Nykvist
  • Montaje Ulla Ryghe
  • Música original Lars Johan Werle (score), Johan Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart.
  • Intérpretes Max von Sydow, Liv Ullmann, Erland Josephson, Gertrud Fridh, Ingrid Thulin.
Direc.: Ingmar Bergman
Nac: Suecia. Año: 1968
Durac: 90 min. / v.o.s.e.
El pintor Johan Borg y su esposa Alma se refugian en la pequeña Isla de Baltrum, en un intento de afrontar la crisis artística y nerviosa del primero. Su intimidad será pronto vulnerada por una familia de decadentes y siniestros aristócratas, empeñados en invitarles a un inquietante
happening que arranca frívolamente y termina en un ejercicio de malsana intromisión en sus vidas privadas, revelando retazos de una solapada y arcana malignidad. Los demonios seguirán llamando a Johan a sus dominios, con el reclamo de su ex musa y amante, Veronica Vogler, para hacerle volver sin Alma y a la hora más tenebrosa: La hora del lobo.

Crítica

Comentario crítico
Johan
"Me llamo artista a falta de una palabra mejor. No hay nada autoevidente en mi trabajo creativo, excepto la compulsión de hacerlo", afirma Johan, quien quisiera pasar el resto de su vida dibujando a Alma, pero sólo consigue abocetar demonios, los mismos que le mantienen insomne noche tras noche. Su desequilibrio le ha arrastrado al retiro, pero es allí donde sus merodeadores le esperan, donde tendrá que lidiar con el amor que le profesa su compañera, con la insidiosa mirada analítica de un niño desconocido y, al final, consigo mismo. Pero, ¿quién es en realidad Johan? ¿Es la imagen de la que quiere ser un reflejo Alma o el payaso travestido en que pretenden convertirle sus oscuros anfitriones? ¿Puede permitirse ser otra cosa? ¿Puede permitirse ser él mismo?

Alma
Está convencida de la vieja y entrañable teoría de que quienes pasan demasiado tiempo juntos acaban pareciéndose como dos gotas de agua. Ha aceptado consagrarse a cuidar del artista, negarse a sí misma para absorber una parte de él. No hay mejores intenciones que las suyas, pero su amor le hace morder y escupir pedazos de su ente para poner en los huecos los de Johan, de quien espera el mismo proceso, desembocando en una anhelada espiral de mutuo y consentido canibalismo de egos. Alma es la primera vampirizada... y la primera vampira.

Los vampiros
El Barón von Merkens y su esposa Corinne son exigentes mecenas, que admiran la obra de Johan tanto como ansían los cuerpos del artista y su amante. El insidioso Heerbrand sigue los pasos del pintor intentando hurgar en su cerebro, psicoanalizarle a él y a su creación, hasta el punto de ganarse un puñetazo en las narices y la desesperada imprecación "¡Cállese! ¡Cállese!". La Condesa se presta como lasciva intermediaria entre Johan y Veronica Vogler, a cambio de un pedazo de orgullo, mientras la matriarca Von Merkens ofrece caramelos envenenados en forma de sabios consejos desde la vejez. Lindhorst, trasunto de Bela Lugosi, y carcelero de homúnculos, es el caballerosamente macabro maestro de ceremonias, ladino anfitrión cuya alfombra de pétalos secos conduce a la habitación donde guarda los instrumentos de carnicero, por la que tal vez merodee, mordiéndose las uñas, el torturado Ernst. Veronica Vogler es el cebo, la carne que llama a la carne, orgullosa de su papel y deseosa de devorar su trozo de la pieza de caza. Este coro de vampiros, o de "antropófagos", como gustaba de llamarlos Bergman (fue, de hecho, el primer título del proyecto), ha olido la sangre de Johan y aúlla en pos de ella.

Ingmar
En el momento de rodar La hora del lobo, Liv Ullman estaba embarazada de su única hija con Bergman, fruto de una relación que daría al traste con el cuarto y penúltimo matrimonio del director. Tras él dejaba también siete hijos; siete asuntos subrayados y sin resolver en la agenda vital de un hombre que en sus postreras declaraciones desde la Isla de Färo admitía su pesar por no haber podido dar a sus vástagos carnales la misma atención que a los de celuloide. La figura pública, el hombre antes que el artista, se convertía una vez más en ese nefasto doppelganger que el pópulo prefiere desmenuzar antes de entregarse a la más ardua tarea de asimilar el fruto de su creación. Son de ellos las pisadas que inquietan a Alma bajo la ventana de la cocina.

A su vez, la colosal responsabilidad de alumbrar un nuevo filme tras la que está casi unánimemente considerada como su cumbre, Persona, unida a la disparidad de los comentarios generados por ésta tras su estreno inmediato, debió hacer mella en la seguridad artística del director.
Productores, críticos y parte de lo más granado de la intelectualidad sueca se unieron a la bandada de vampiros empeñados en tener una parte del fluido vital del artista, convirtiendo La hora del lobo en un inútil pero majestuoso manotazo al aire de quien se sabe ya condenado a ser fagocitado, regurgitado y vuelto a deglutir por quienes le rodean. En palabras de Johan: "Os doy las gracias, porque el límite ha sido finalmente transgredido. El espejo está roto, pero, ¿qué reflejan los trozos?".

Desde que Vargtimmen vio la luz, el director sueco ha insistido en su condición de película de terror, un divertido ejercicio de género ajeno a cualquier tipo de interpretación vinculada a su andadura personal. Difícil tarea, en la que ha contado siempre con el oportuno auxilio del actor Erland Josephson, y que choca frontalmente con la opinión de Max von Sydow, para quien cada producción bergmaniana es un intento del autor de exorcizar sus demonios. Decidan ustedes quién tiene razón, si el confidente oficial de Ingmar (y probable sicario, en nombre de la amistad, en sus intentos de solapar lo evidente) o quien con más frecuencia se personificó en su alter ego, observador imparcial pero indudablemente impregnado de su persona por un continuo ejercicio de encarnación. Los sonidos de filmación con los que arranca la cinta pueden ser un intento de marcar distancias entre ficción y realidad; hábil y oportuna argucia para un Bergman a quien, en realidad, no se le daba demasiado bien mentir.
La vergüenza termina con Max von Sydow y Liv Ullman escapando en una barca de una nación entregada a la guerra civil, mientras que La hora del lobo, tras la breve entrevista ficticia a Alma, les presenta llegando a la isla por los mismos medios. En la primera, Bergman se enfrentaba a la imposibilidad del hombre de vivir en tierra de nadie, zarandeado por las acometidas políticas de dos extremos irreconciliables, mientras que aquí es la identidad del artista y el hombre la que hace equilibrios sobre el alambre, mientras abajo mueven los mástiles.

Si dan la razón a Max, límpiense de las fauces los restos del cuerpo del artista, porque acaban de participar en el ágape nocturno de quien es invitado de honor y primer y único plato. Mientras, servidor hará lo posible por evitar las fantasmales imprecaciones de Johan/Ingmar: "¡Cállese! ¡Cállese! ¡Cállese!".

fuente: filmoteca de Andalucia

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