Sed de mal- Orson welles
Sed de mal es retorcida, oscura y trágica. Una de esas películas que hay que ver antes de morirse y todo eso..."
por Emilio Calvo de Mora
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Director: Orson Welles
Estreno:1956-06-07
Genero:Drama
Para muchos, incluso para muchos de los que no la han visto, Sed de mal es particularmente famosa por contener lo que, a juicio de los entendidos en las filigranas técnicas del cine, es el mejor plano-secuencia de toda su historia. La cámara, colgada en una imponente grúa, desciende en picado hacia la pareja formada por Charlton Heston y Janet Leigh ( Vargas y Susan, su esposa ) que pasean al otro lado de la frontera para tomarse un helado. Al tiempo, alguien mete una bomba en un coche. Lo que viene después es parte de esa Historia y no debe tomarse a la ligera.
Recuerdo que vi Sed de mal hace mucho tiempo y no me llenó como ahora. Recuerdo el sudor. La sensación de agobio físico y mental: sensación que no ha desaparecido, continúa y, si cabe, amplificada. Ahora me parece más sórdida que antes: su obscenidad está mimada al detalle. También es siniestra: su maldad ocupa las sombras que los personajes van dejando en esa ciudad fronteriza entre México y los EEUU ( Los Robles ). Orson Welles es el capitán Quinlan, un tipo gordo hasta la caricatura, cebado por el odio de su mísera vida en un asqueroso rincón del mundo y comido por una sed de venganza no cumplida ( su mujer fue asesinada y no encontró al culpable.
Orson Welles se reserva el papel más jugoso. Quizá Charles Laughton , que es una de mis debilidades cinéfilas, lo hubiese desempeñado con idéntico oficio. O Marlon Brando en su última época, antes de abandonarse del todo. No me imagino a nadie más. Charlton Heston es el oficial de narcóticos mexicano que acaba de meter entre rejas al capo de la mafia fronteriza y acaba de casarse con la sosa, inevitablemente sosa, Janet Leight. A partir de aquí Welles monta un empozoñado guignol sobre la corrupción y el odio y conduce la trama a través de los ojos vidriosos del perverso capitán Quinlan, lo cual no deja de ser una novedad.
Sed de mal es retorcida, oscura ( casi todas las escenas suceden de noche ) y trágica. Fascina por la admirable fotografía de Russell Metty, por la inspiradísima y ya inmortal música de Henry Mancini ( mestizaje puro de jazz, rock and roll y música latina ) y por el delirio visual de su expresionismo. El propio personaje de Quinlan es ya un fantástico hallazgo: un hombre atormentado, dejado de sí mismo, admirado por sus compañeros, pero perverso, en el fondo, aureolado de una maldad pocas veces vista en el cine. Es fundamental el papel de Marlene Dietricht, dueña de un tugurio con pianola en el que un Quinlan más joven fue " un hombre excepcional", pero la muerte violenta de su esposa activa un mecanismo de perfidia y de atrocidad impresionante: Quinlan es despiadado, huraño, feroz en su lacónico movimiento por las escenas...
Tan impresionante como el contrapicado inicial es la escena en la que Quinlan mata a Tío Grandi, el otro mafioso en cartel, delante de una narcotizada Susan Vargas, tirada en una cama, farfullando, abriendo y cerrando tímida y débilmente los ojos: la forma en que se embute los guantes y el lugar en donde Welles coloca la cámara para que advirtamos la tragedia cerniente,la luz mortecina de la habitación, el agónico estertor de la víctima... Todo contribuye al magisterio fílmico de Welles, a su insobornable talento para escudriñar la raíz del mal, su vasto dominio sobre las pulsiones humanas. No en vano Orson Welles acudía a Shakespeare en cuanto podía.
"Cahiers du cinéma" la definió como “la mejor película de serie B que jamás se haya hecho”. Quizá, a pesar de lo excesivo de la afirmación, no falten a la razón: los materiales que usa Welles son pobres. Los decorados son mínimso. Los diálogos no brillan por su genialidad. Cómo a partir de una irrelevante narrativa o de un muy escaso atrezzo el genio de un director es capaz de crear Arte. Arte malsano, claro, pero una de esas experiencias cinéfilas imperecederas, a las que uno acude de vez en cuando porque necesita una sesión vitaminada de cine en estado puro. Escatológico, en algunos casos. Simbólicamente, Quinlan muere en un basurero.
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